¿Qué piensas durante ocho, nueve, diez…veinte horas caminando, corriendo, montaña arriba, montaña abajo, por sendas, caminos, pistas, piedra, tierra, bosque?
Esa es una pregunta que me he hecho seriamente después de muchas carreras y ultras, con curiosidad de corredora y de psicóloga que ha experimentado en mente propia y alguna ajena, cómo los pensamientos pueden transformar el camino que estás pisando y el paisaje que te rodea.
Hora tras hora, quizá aprendes que no es necesario tener todas las respuestas para saber del sentido de tus pasos.
Para mí, ha resultado ser una clara evidencia de cómo transcurren nuestras vidas, a través de nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros actos.
Los pensamientos van y vienen, saltan de piedra en piedra, tan pronto se elevan sobre las copas de los árboles como te recuerdan la próxima visita al dentista o una conversación pendiente. Trabajan a tu favor, cuando son el preparador físico que te acompaña en tu cabeza, recordándote que has entrenado, que estás preparada. Son la psicóloga deportiva que te anima, te ayuda a controlar los nervios, a confiar y te dice que puedes con ello. Son el médico que hace un chequeo periódico, te recuerda que debes dosificar, beber, ahora comer, volver a beber...
Y ese mismo hilo de pensamiento que se enreda y desenreda en nuestra cabeza, puede ser también nuestro peor enemigo.
Saber convivir con esa parte de nosotros que es tan capaz de elevarnos como de hundirnos, también se entrena. Cuando convivimos con alguien, nos esforzamos por conocerle, entender el porqué de sus manías, sus silencios, lo que le apasiona y lo que le aterroriza. Desgraciadamente, muy pocas veces nos tomamos el mismo interés por nosotros mismos. Y de eso se trata, de comprender el engranaje que mueve nuestros pensamientos y emociones, en un continuo ajuste y desajuste.
La emoción de estar participando en una carrera para la que nos hemos estado preparando, empuja nuestro hilo de pensamiento y a su vez esos pensamientos van modulando y matizando el torrente de emociones.
¿Y qué pasa con nuestra conducta, con el acto en sí de correr?
Mis piernas se mueven casi por inercia después de tantos entrenamientos, según la corriente de pensamiento y emoción, lo hacen más ligeras, más rápidas o como dos lastres de plomo.
Una cosa es clara, una evidencia que por ser tal, escapa tantas veces a nosotros, algo muy simple. Cuando el pensamiento nos inunda de malos augurios igual que se contagia el mal día del compañero de cama, y cuando las emociones más elevadas nos abandonan y todo parece perdido, como en esas encrucijadas de la vida que nos paralizan, entonces, solo queda actuar, poner un pie delante del otro y luego el otro y seguir corriendo, caminando, subiendo, bajando; que sean ahora las piernas, la voluntad, el acto que por sí mismo manifiesta una dirección, una intención y se afirma, los que muevan el engranaje, giren las tuercas del pensamiento y den nuevo brillo a las emociones.
Hay un momento único, mágico, especial: Cuando estos tres vértices: emoción, pensamiento y conducta fluyen juntos, se expanden, alinean y se hacen uno y tú con ellos.
Estás donde quieres estar y eres todo lo que quieres ser, no hay tiempo porque podrías seguir corriendo para siempre, y no hay espacio porque eres levedad a través de los kilómetros.
Quizá dure un instante o algunos metros, pero lo pruebas y sabes que lo seguirás buscando, porque allí es dónde quieres estar y así es como quieres vivir.
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