Vemos a nuestrxs más pequeñxs deportistas entusiasmadxs con su deporte, lo saben todo, conocen a lxs jugadorxs, las jugadas, la técnica, podrían ser lxs mejores comentaristas y entrenadorxs, van cada día jugar con ganas, no se quieren saltar ni un entrenamiento y dan su máximo, buscando hacerlo cada vez mejor, se lo pasan bien, quieren seguir entrenando y les vemos disfrutar.
Y luego, llega el día del partido, o la competición… lo esperan con el mismo entusiasmo porque si algo tienen es una motivación que parece inagotable. Sin embargo, ahí empiezan los problemas. Lxs vemos serixs, preocupadxs, a veces no pueden comer, o lloran, se enfadan, les duele a veces la cabeza, a veces el estómago, vomitan o no duermen... se frustran, y lo pasan realmente mal.
¿Qué hacemos entonces?
Intentamos ayudarles, decirles que no pasa nada, que no hace falta que jueguen si no quieren, que podemos hacer otras cosas, que pueden entrenar y no competir, que no pasa nada si fallan, que se lo pasen bien, que solo disfruten... y ellxs lo entienden, pero no basta.
Una y otra vez vuelve a pasar lo mismo, y cada vez lxs vemos más frustradxs, se van apagando y se muestran cada vez más insegurxs. Y ya no sabemos qué hacer y somos nosotrxs los que empezamos a vivir con gran angustia que llegue el día del partido.
Estamos buscando aliviarles desde lo racional y está bien.
Pero no basta.
El malestar puede no estar solo en lo racional.
Son capaces de entender que pueden perder, pero que su cuerpo reaccione por otra vía, porque sienten que la experiencia de perder y lo que esto signifique, es demasiado doloroso.
Aunque les digamos que no pasa nada, su sistema emocional siente que sí pasa, que fallar es peligroso o decepcionante, que no está a la altura…
Podemos atender esta parte emocional para ayudar a regularse. Se trata de acompañar el proceso emocional que la competición despierta.
Cuando el cuerpo habla
En el mundo del deporte, especialmente en contextos de competición y alto rendimiento, el cuerpo no solo corre, salta o golpea…también habla. Y a veces, lo hace a través de síntomas físicos que no tienen una causa médica clara: dolores de estómago antes de competir, tensión muscular persistente, fatiga inexplicable, taquicardias, mareos o incluso bloqueos motores.
¿Por qué ocurre esto?
La somatización es la expresión corporal de un malestar emocional que no ha encontrado espacio para ser reconocido, nombrado y acompañado. Puede aparecer cuando hay una alta carga de ansiedad sostenida en el tiempo que puede estar alimentada por:
- Exigencia extrema: tanto interna (“tengo que hacerlo perfecto”) como externa (“esperan que gane”).
- Juicio constante: miedo al error, a decepcionar, a no estar a la altura.
- Falta de permiso para fallar: el fallo se vive como amenaza, no como parte del aprendizaje.
- Desconexión emocional: no se identifican las emociones o se evitan rápidamente. Este patrón genera una disociación entre lo que el cuerpo siente y lo que la mente permite. El deportista puede decir “estoy bien”, mientras su cuerpo grita lo contrario.
¿Cómo acompañamos?
* Nombrar lo que pasa, identificarlo*
“Veo que estás nervioso, y es normal. A veces el cuerpo se pone así cuando algo nos importa mucho.”
Hablar de ello, en vez de evitarlo o de ocultarlo, y antes de lanzarnos a buscar soluciones para superarlo, permite su aceptación e integración como una experiencia válida, lo que ayuda a su regulación.
*Validar sin juzgar*
“Está bien sentir miedo. No significa que no seas valiente.”
Pararnos en la emoción, para aceptar que está bien, ayuda a que la emoción no nos desborde.
*Separar el hacer del ser*
“Te quiero igual y eres valioso te salga bien bien o mal.”
Aunque no se presione explícitamente, puede haber una expectativa implícita, que haya aprendido que el valor depende de cómo juega, de si gana y si lo hace perfecto, que confunda valor y rendimiento.
El deporte puede ser una fuente inmensa decrecimiento, pero también de sufrimiento si no se acompaña emocionalmente. Escuchar el cuerpo, validar la emoción y ofrecer presencia sin juicio es el mejor entrenamiento que podemos ofrecer como adultos.
Cuando el malestar persiste, la intervención psicológica puede facilitar un espacio emocional en el que expresar y ayudar a integrar las emociones.
Estamos para ayudarte.
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